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(...)
Pero lo que vemos florecer por ahí no es solidaridad; no es más que espíritu gregario.
Los hombres se unen porque tienen miedo los unos de los otros; los señores se asocian,
los trabajadores se asocian, los sabios se asocian. ¿Y por qué tienen miedo?
Solo se tiene miedo cuando se está en disensión consigo mismo.
Tienen miedo porque nunca se han reconocido a sí mismos.
¡Una sociedad de hombres que tienen miedo de lo desconocido que anida en ellos!
Todos se percatan de que sus leyes de vida no funcionan ya,
de que viven según los viejos códigos y que ni su religión ni su moral
corresponden a lo que necesitamos. Todos saben con exactitud
cuántos gramos de pólvora se necesitan para matar a un hombre;
pero no saben como se implora, ni siquiera saben cómo se pasa un buen rato,
¡mira las tabernas!
¡mira un lugar de diversión donde se reune gente rica!
¡Desesperante! De todo esto no podrá salir nada alegre.
Los hombres que se apiñan acobardados están llenos de miedo y maldad;
ninguno se fia del otro. Son fieles a unos ideales que han dejado de serlo
y apedrean a todo el que crea otros nuevos. Presiento graves conflictos.
Naturalmente no mejorarán el mundo.
Que los obreros maten a los empresarios nada altera la situación; solo cambian los dueños.
Pero no será completamente en vano. Hará patente la miseria de los ideales actuales;
se saldarán las cuentas con los dioses de la Edad de Piedra.
Este mundo, tal como es ahora, quiere morir, quiere sucumbir y lo conseguirá.

(Demian)



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