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Mirando el despertador se quejaba de las pocas horas que nos quedaban de sueño y acercaba mi cuerpo al suyo, lo encajaba como un puzzle contra sus muslos y yo, hecha un cuatro, me entregaba al sueño, siempre de espaldas a él, sintiendo el abrigo amable de sus piernas y el tacto de sus pies calientes sobre mis pies fríos. Lo recuerdo bien: yo siempre tenía los pies fríos, así que el sabor de la reconciliación era térmico, dulce, y estaba íntimamente relacionado con la progresiva transmisión de nuestras temperaturas corporales. Cuando mis pies entraban en calor significaba que ya nos habíamos reconciliado.

Carmen Rigalt.
(Mi corazón que baila con espigas)

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